El tercer aspecto de la personalidad, el de mayor jerarquía es el que llamaremos: psíquico-espiritual y que concierne al plano espiritual.
En este nuevo aspecto surgen en primer plano la Inteligencia,
verdadera esencia del hombre, única capaz de jerarquizar a las funciones psíquicas superiores: conciencia, juicio, razón y creación, que hacen del hombre el ser superior de la tierra.
Cuando nos referimos a la inteligencia de un individuo determinado no nos es posible
desligarnos del concepto de personalidad. Nunca tendremos un concepto acabado de aquél
mientras no podamos aquilatar su caudal intelectual, de lo que deducimos que, si bien todo es de un valor incalculable
en la psique, la inteligencia es soberana sobre todos los factores que la integran.
Terman dice que: “un individuo es inteligente en la proporción es que es capaz
de pensar abstractamente”. Sin embargo su estructuración se realiza en múltiples etapas antes de culminar en la verdadera
actividad reflexiva.
Diversas escuelas psicológicas aprecian esta evolución del intelecto desde distintos
ángulos. No sería objeto necesario su discusión en este capítulo, si de esta
diversidad de apreciaciones no surgiera, asimismo, una valoración diferente de
los fenómenos en sí y de consiguiente de sus defectos.
Ø
Reflexología: condicionados
ve en su creciente complejidad la formación de las más sutiles formas de pensamiento.
Ø
Psicología de la estructura y de la forma: deduce la inteligencia del simple acto perceptivo, también como una complejidad creciente
de los fenómenos. Admitiendo que una estructura total a manera de un campo magnético abraza al sujeto y al objeto, y que se
rige por leyes preestablecidas de simplicidad, regularidad, proximidad, simetría, impregnación, etc. Cada nueva situación
supone una reestructuración sujeta a estas leyes. La inteligencia aparecería según Koehler cuando el objeto no puede asegurarse
en un movimiento emanado de la forma perceptiva. Es decir, en su ejemplo de inteligencia práctica, cuando las circunstancias
exigen el paso de una estructura, a otra mejor dentro del conjunto, como hace el chimpancé que se vale de un bastón a la vista,
para alcanzar un objeto. Wertheimer ha llegado a explicar sobre esta base los procesos silogísticos, sustituyendo la acción
por el pensamiento. Observa con propiedad Jean Piaget que una y otra hipótesis,
a pesar de su modernismo se comportan como el empirismo clásico, con la diferencia de que son reemplazadas las “asociaciones”
por los reflejos condicionados, o por las totalidades estructuradas; pero en todos los casos la pasividad de los mecanismos
automáticos sustituye a la actividad operatoria. Ve y demuestra, una actividad irremplazable que caracteriza los grados crecientes
de la complejidad intelectual. Cada reflejo condicionado que requiere nuevas y más complicadas asociaciones, lo hace “insertando en una conducta total en la que el punto de partida es la necesidad y el punto de
llegada su satisfacción”. Si tal satisfacción no se alcanza no hay reflejo condicionado, de donde surge una ineludible
cuestión relativa a una actividad propia del acto inteligente que habla de una conducta nueva ante un hecho nuevo, vinculado
a necesidades y satisfacciones. Igualmente la psicología de la forma, al admitir los actos inteligentes como reestructuraciones
bruscas, subalterniza el valor de la experiencia en el raciocinio y como lo hace constar el mismo Piaget es un hecho probado
que las constancias de tamaño y profundidad de las cosas varían con la edad, no habría pues tales formas físicas permanentes.
Si el acto perceptivo es una síntesis de elementos o una totalidad o un sistema de relaciones “nada impide concebir
las estructuras tales como el producto de una construcción progresiva procediendo
no por síntesis sino por diferenciaciones acomodatrices y asimilaciones combinadas, ni de poner esta construcción en relación
con una inteligencia dotada de actividad real por oposición al juego de estructuras preestablecidas.
Esta indiscutida actividad intelectual si bien no se define en sus elementos constitutivos se conduce
éxitosamente para el logro de un fin útil y de este punto de vista el behaviorismo no hace naturalemente menosprecio de ninguna
de las habilidades que supongan aprendizaje: “dar en el blanco, salir de un laberinto, escribir, deletrear, escribir
a máquina, aprender historia o componer un discurso”. De donde se desemboca en que la inteligencia se define como “una
actividad que logra la máxima adaptación del individuo al medio que lo circunda, comprendiendo todo aquello que el individuo
deba aprender para esta adaptación y con exclusión, naturalemente, de lo que es una adaptación orgánica, espontánea e inherente
a la condición innata”. La limitación del concepto al pensamiento abstracto, no está pues justificada par el behaviorismo,
que ve sólo una diferencia de grado entre los actos extremos que requieren un aprendizaje, desde la simple manipulación hasta
la solución de un problema intrincado. Pero una gran distancia de sucesivas elaboraciones y escalas separan estas expresiones
de la actividad inteligente, ligándose las acciones, y de consiguiente la conducta, a la estructuración evolutiva total.
Ø La psicología evolutiva señala estas etapas
en la organización de la mente que especifican las distintas jerarquías del pensamiento. En los primeros tiempos de la vida
aparentemente todo se reduce a la actividad sensorio motriz. El sujeto sólo obra en una relación directa perceptiva e inmediata
con el objeto sin cuya presencia no puede concebirse una actuación Ulteriormente se asiste a la formación de actos habituales
que se repiten con orientación y sentido persistente y que suponen una mayor complejidad de desenvolvimiento; aparecen más
tarde expresiones rudimentarias de una ya aparente inteligencia, pero insertadas de hecho en la acción que desarrolla, denotada
en el juego infantil: buscar un lugar de escondite de un objeto, hallarlo donde antes estuvo, o esperarlo por donde habitualmente
aparece ante su vista; lo que supone la utilización de una valiosa experiencia, valiéndose de una evocación y realizando “in mente” una anticipación de acontecimientos, aunque siempre, ligado a la
propia acción y a la realidad presente. Con el advenimiento del pensar intuitivo la utilización de lo representado se traduce
en un conocimiento, y adjudicación de cualidades al objeto mediante un más complejo juego representativo y asociativo. Si
bien la actualización representativa se verifica en presencia de algo, el objeto no significa el fin inmediato y necesario
de una acción real sino un estímulo para una actividad de mero conocimiento en virtud de la cual, se adjudican atributos y
condiciones, por semejanzas, identidad o contrastes de experiencias anteriores que surgen imaginativamente. El entendimiento
con algo activo y en incesante formación está preparado más tarde para establecer relaciones concretas y estables, utilizando
como símbolos sustitutivos de las realidades inmediatas: igualdades, equivalencias, diferencias, reversibilidad de las acciones, operaciones de composición y descomposición, para llegar a un mismo fin que si bien tienen
en cuenta siempre la referencia al objeto, suponen una libertad del pensamiento para actuar libre y ágilmente con sustitutivos
simbólicos y por cauces lógicos. Es la edad de los 7 y 8 años de las operaciones aritméticas. Finalmente el pensamiento se
libera por completo de las realidades presentes y actúa con hipótesis y supuestos imaginativamente creados fuera de toda necesidad
objetiva y tempero espacial; los recursos son mediatos, cada vez más alejados
de la realidad tangible y construye, descompone, analiza, sintetiza, generaliza, según una lógica formal enteramente libre
que elabora sus propias conclusiones, es la etapa de las construcciones lógico
matemáticas, que se inicia en la adolescencia.
De lo particular a lo general y de lo concreto a lo abstracto se asiste a un lento proceso elaborativo
en que cada una de sus etapas guarda una relación estrecha y necesaria con la que le antecede. Hay una diferencia enorme entre
la percepción pura y un concepto lógico deductivo. Son así mismo esencialmente diferentes ambos procesos en sus características
de pasividad, irreversibilidad y concretismo el uno; de actividad, reversibilidad y abstracción el otro, pero no constituyen
en sí mismo más que las partes indispensables de un mismo conjunto fenoménico, diferenciadas como aptitud intelectual definida
en sus tramos finales, y confundida en sus orígenes con los más rudimentarios fenómenos del psiquismo, comunes al hombre y
al animal. Esta actividad que engendra el pensamiento se enlaza, se confunde, y se complementa con la total estructura individual.
La emociones, las tendencias, los deseos y las voliciones, ponen su propio sello en la inteligencia que se orienta según la
cualidad reactiva total del individuo. Las inteligencias según prácticas, teóricas, románticas, intuitivas o sistemáticas,
no es función de una condición intelectual en sí, sino expresión intelectual
de una totalidad individualmente configurada por una estructura temperamental.
Lo que se comprende como atributo que evoluciona hasta cierto grado de perfectibilidad, incluso con
períodos prácticamente mensurables, es sin embargo en su esencia, de difícil captación. Es la inteligencia en sí, ya que fenómeno
activo, algo unitario o simplemente surge de multitud de disposiciones diversas.
Bumke, Ziehen, Bleuler, Jaspers, Thorndike, etc., impugnan todo concepto integral. La inteligencia está significada por la concurrencia de muchos factores y condiciones,
percepción, atención, memoria, asociaciones, voluntad, ejercitación, etc.
Jaspers al referirse a la inteligencia propiamente dicha la declara difícil de captar
y la considera como un conjunto de dones que se expresa en los individuos de las más distintas maneras. Las inteligencias
no sólo son grandes y pequeñas, sino que dan lugar según su expresión a un “árbol muy ramificado según sus facultades”.
Distingue las inteligencias vivas y las prácticas, la capacidad de pensar en abstracto, etc. y concluye en que es dudoso que
“exista una inteligencia general una productividad general que se manifieste
no importa en que ocasión”.
Considera como condiciones necesarias de la inteligencia la receptividad, la memoria,
la resistencia a la fatiga, los fenómenos motores, los mecanismos del lenguaje, etc., previniendo de no confundir los trastornos
bien delimitados de estas funciones con la inteligencia misma. Así, quien se fatiga excesivamente no puede probar su inteligencia,
pero el psiquiatra no ha de atribuir a defecto intelectual lo que se halla circunscripto
a una función particular.
Bleuler es respecto de la pluralidad de factores que determinan la inteligencia, aún
más terminante dice: “la inteligencia
jamás es una unidad. No hay nadie que en todos los territorios psíquicos sea eminente, mientras que los idiotas en su mayor
parte, muestran su insuficiencia en todos sentidos”... “la inteligencia es un complejo de muchas funciones que
en determinado individuo pueden estar desarrolladas de manera diferente en un todo. No hay una inteligencia como algo único,
y por esto sería un trabajo digno de loa poner en claro de una vez el concepto de aquella. Importantes son, al lado de la
facultad abstraer con exactitud, las facultades:
1. De entender lo que se percibe o por otro es explicado;
2. Poder en el obrar conseguir lo que se procura
y
3. Combinar con exactitud lo nuevo (fuerza lógica,
fantasía) .....
Cuando más inteligente se es tanto más se usa el material de pensar
elaborado. El inteligente trabaja mucho menos con conceptos que están próximos a las percepciones que con las consecuencias
derivadas de ellos y a menudo no puede reproducir la experiencia originaria”.
Thorndike define la inteligencia como “la
habilidad del individuo para reaccionar correctamente del punto de vista de la verdad o de los hechos”. Sostiene que no hay una inteligencia sino inteligencias, que son
unificadas por la acción y no por una facultad. Dichas habilidades se hallarían correlacionadas por la combinación de elementos
comunes, propios de las acciones en que estas habilidades se manifiestan. Consecuente con su modo de pensar analiza en su
test del “intelecto” ciertas habilidades distintas que se identifican con la sigla C.A.V.D. y que comprenden:
Test de completar, de aritmética, de vocabulario y de direcciones. Contrariamente a la opinión generalmente compartida por la mayoría
de los autores, Spearman lanzó en (1904) su opinión unicista respecto de la inteligencia,
enriquecida posteriormente por múltiples trabajos e investigaciones en el campo pedagógico. Habría para Spearman, un factor general de la inteligencia o factor G común para todos los procesos mentales y capaz de mantener entre
ellos una estrecha correlación; este factor G, es la inteligencia misma, puesto
que implica “la comprensión de sus propios experimentos, la deducción
de relaciones y correlaciones”, al lado de
este núcleo central y básico, desarrollarían otros factores e (específicos) en
los que por intervenir en escasa medida el factor G mantendría una relación mínima
con el resto de las operaciones mentales. Spearman ha aislado con el también
otros factores de la actividad mental, el factor V o volicional, que contribuye
eficazmente a la estructuración de la personalidad y factores de grupos comunes o ciertos procesos mentales aunque no generalizados,
a los que correspondería entre otras habilidades la habilidad musical y la mecánica. Hollingworth en un estudio sobre “el niño con dotes o deficiencias especiales” sostiene, que es un hecho científicamente
probado la existencia de un factor G
equivalente de un coeficiente intelectual general, dice la autora “existe en la actualidad un acuerdo general entre los investigadores de la organización intelectual, en admitir la existencia de correlación positiva, aunque no perfecta, entre las diversas funciones mentales,
es decir, que cuando se examina un sujeto, niño o adulto, con respecto a un gran número de trabajos mentales, se descubre en él una cualidad o característica personal a lo que se debe que sus realizaciones
sean todas generalmente superiores, mediocres inferiores, según el caso, aunque no todas son siempre de igual mérito. Entre
los diversos caracteres del individuo, incluso entre los rasgos físicos y mentales, es posible descubrir una cierta coherencia
o correlación positiva que ha sido llamada la –cualidad del organismo -. Por
lo que se refiere exclusivamente al intelecto, los términos –inteligencia general -, - factor G – y – cociente
intelectual = C.I. – son las más corrientes para denominarla”. Añade más adelante abono de la existencia del factor G... “Que
la superioridad en un aspecto es predictiva de la excelencia en casi todas las restantes materias...” Ya hemos visto cuando se trata del caso recíproco de los frenasténicos,
que hasta los autores, que como Bleuler contraría el criterio unicista, acepta “que los idiotas en su mayor parte muestran
sus insuficiencias en todos sentidos”.
Hollingworth al investigar los factores e señala de más
escasa vinculación con el factor G señala entre ellos la actitud musical como
muy específica y poco vinculada a la inteligencia general, pero establece que los muy torpes no pueden ser buenos músicos,
por el contrario “el logro de la eminencia en una rama cualquiera de la
actividad humana requiere una comprensión de las situaciones vitales y una visión anticipada y una fidelidad consciente a
los objetivos remotos que son atributos de la inteligencia general”. El dibujo representativo es hasta cierto punto
independiente del factor G, en cambio el dibujo simbólico y la caricatura, requieren inteligencia general. La lectura mantiene
una correlación próxima a la unidad con el factor G en tanto que la ortografía se vincula menos estrechamente con la inteligencia
general. La aritmética se correlaciona extraordinariamente con el C.I.. El cálculo mucho menos, y dice al respecto, que los
prodigios son entrenados que se valen de “claves y artimañas para abreviar las operaciones”. Thorndike subraya
las notables diferencias significativas de inteligencia entre la capacidad de calculo y la de resolver problemas, lo que en
el caso se interpreta como mejor sujeción de esta última actividad al factor G.La aptitud mecánica estudiada por Stenquist,
Thorndike y Trabue en diversos test que comprenden la reconstrucción de un mecanismo dado en sus partes, no es notable en
los niños superiores, aproximándose más a la correlación general en los de C.I. medio. La
correlación varia en función, más que de la inteligencia general, de la destreza motórica, por lo que la edad y la
experiencia son más significativas que el índice intelectual.La aptitud para conducir y gobernar se vincula a un factor de
inteligencia general pero que mantiene un nexo de relación estrecha con el ambiente. Así entre grupos de C.I. 100 son más
aptos para funciones directivas los que no se alejan mucho por ejemplo C.I. 110 ó 130. Mucha inteligencia y sobre toda gran
desproporción con el grupo, es pocos propicia para la asunción, de jefaturas. La
personalidad, sin duda, es más valiosa al efecto, que los grados del intelecto.
Por estas razones nuestro criterio nos inclina a pensar que la definición de la inteligencia
engloba, en parte, a la definición de la personalidad. Según Stern podemos decir: “la inteligencia permite la solución
de cuanto problema o situación nueva se plantean al individuo”. Agregaremos que la inteligencia constituye un núcleo
que se incrusta en la personalidad, con la que forma un todo único y a la que modela con características particulares que
le confieren individualidad. La inteligencia impregna toda la psique, estimula la evolución del individuo que, poco a poco,
supera todos los planos hasta alcanzar los más elevados, a medida que se aleja de lo concreto y adquiere mayor autonomía cuanto
más aumenta su radio de acción. Merced a esa evolución es como la personalidad humana llega a la conquista de la autoconducción
y de la autodeterminación, porque la inteligencia le confiere una comprensión y una crítica
lógica, rectoras de una moral y una conducta que facilitan su libre desplazamiento en el ámbito social.
La inteligencia interviene activamente en todas las manifestaciones de la vida o espiritual
del hombre, compenetrarse tan íntimamente que resulta imposible deslindar lo que es la personalidad de lo que es la inteligencia, al extremo que al decir: esta inteligencia, decimos: “esta personalidad”.
Dicho con otras palabras, la inteligencia es la que facilita, la que nos facilita la vida psíquica superior, porque involucra
las tres capacidades que generan y rigen toda la vida psíquico-espiritual del hombre: capacidad de comprensión, de crítica
y de creación.
Ø
La
comprensión: nos permite la adquisición
de los conocimientos, ya que antes de ser asimilados deberán ser comprendidos, primer paso hacia la correcta elaboración intelectual.
La inteligencia hace entrar en actividad y se vale de funciones psíquicas como la atención, la sensopercepción y la memoria
para comprender. Merced a la elaboración intelectual de la comprensión un objeto captado por la sensopercepción en su forma adquiere, son los datos que por asociación aporta la memoria, los atributos o cualidades
que sirven para su individualización, con lo que se tendrá una idea o concepto definitivo del mismo. Así se va integrando
el capital cognoscitivo, tanto para las cosas concretas como para las abstractas. La comprensión es un fenómeno intelectual complejo que sólo se lleva a cabo
con la participación y contribución de toda la psique. En efecto la comprensión de un hecho o situación nueva sólo se logra
mediante la comparación con los elementos de nuestro conocimiento almacenado, proceso que nos permite valorar lo nuevo al
relacionarlo e identificarlo con el material anteriormente asimilado.
Ø
Para lograr la correcta comprensión es necesaria la participación de otra de las manifestaciones
de la inteligencia: la capacidad de crítica. El juicio o crítica actúa relacionando,
identificando, comparando y valorando, lo que le permite aceptar o rechazar cada uno de los conocimientos que son sometidos
a su revisión y llegar a una conclusión cabal entre los diversos conceptos. Como el juicio ordena y adapta los conocimientos
según la capacidad del individuo, el valor de los juicios se convierte también en una característica o sello de la personalidad.
Esta es la razón por la que un conocimiento se nos muestra bajo distintos aspectos,
de acuerdo con los diversos juicios a que ha sido sometido; en efecto, es imposible
encontrar a dos personas con coincidencia total de juicios y pensamientos, de lo que resulta la dificultad para obtener acuerdo
entre los hombres. En definitiva, todo el material del conocimiento, para ser asimilado, debe ser previamente supervisado por el juicio que, al elaborarlo, conduce a su comprensión.
Ø
Finalmente,
la inteligencia culmina por la capacidad de creación. La imaginación creadora
es una función psíquica superior; ella puede crear nuevos conceptos mediante el manejo de los conocimientos que forman el
acervo intelectual personal. La creación interviene en todos los órdenes de la actividad humana, desde el juego de los niños
hasta las obras más grandiosas y los pensamientos más elevados del ingenio humano. Como la comprensión, la creación tampoco
trabaja independientemente, su íntima colaboradora es la crítica que, al arribar a una conclusión, acepta o rechaza lo creado.
La crítica se convierte por ello en un elemento de primordial valor para la psique, puesto que controla no sólo aquello que
debe adquirirse desde el exterior, sino también lo que elabora la imaginación creadora.
Si cotejamos los valores entre ambas formas de elaboraciones intelectuales: comprensión crítica y creación crítica, se comprenderá
la mayor importancia de la segunda. La creación evidencia el vigor intelectual, patrimonio de cada individuo. Según sea ese
vigor, es decir, condicionada por los respectivos caudales intelectuales, la evolución de las personas se detiene a distintos
niveles. Esa variedad de valores se extiende desde las personalidades que sólo están capacitadas para desempeñares en los
niveles más bajos, no pasando del plano de lo concreto, hasta las capacidades para las creaciones geniales. La suma de todas
estas capacidades nos permitirá aquilatar el potencial intelectual del individuo.
Tras este breve estudio llegamos a la conclusión
de que, en el aspecto psíquico espiritual, corresponde a la inteligencia dar caracteres
definitivos a la personalidad. Mediante su actividad, que rige todo el funcionalismo psíquico superior, el hombre penetra
en el campo de la conciencia y en el mundo de lo consciente.
El estado de conciencia es de extraordinaria
y constante movilidad, jamás permanece estático, debido, a las continuas modificaciones que produce la sensoperecepción con
sus múltiples y variables captaciones durante la vigilia. Podríamos decir, para aclarar el concepto, que la conciencia hace
las veces de gabinete de trabajo de la psique; a
ella llega para ser sometido a las elaboraciones psíquicas pertinentes, todo el material recogido por la sensopercepción así
como el aportado por la memoria y la imaginación. En ella se hace conscientes todos nuestros conocimientos, todos nuestros
estados afectivos bajo la forma de sentimientos y pasiones, y todos los actos que condicionan nuestra conducta. Por lo tanto,
la conciencia no es otra cosa que el registro permanente de toda la existencia de la persona.
Si
recordamos que el mundo de la actividad subconsciente, regido por los centros de la vida vegetativa puede, en determinadas
circunstancias, caer en el campo de lo consciente, comprenderemos que en la consciencia no sólo se hace consciente la vida
psicológica sino también la vida orgánica. Estas experiencias son las que transmiten al hombre una perfecta noción del YO y de su orientación témporo espacial, por lo que, gracias a la conciencia, el hombre sabe que existe, quién es, dónde está, qué momento vive, qué piensa, qué hace.
Por lo que decimos que la personalidad, corresponde destacar que hombre no es simplemente instinto y soma; constituye
una entidad mucho más compleja. En efecto, por sobre lo físico e instintivo existe algo mucho más elevado, de gran jerarquía
y sutileza, que se revela en su conciencia, en su razón y en su inteligencia; el hombre es, en definitiva, cuerpo, mente y
espíritu.
¿INNATO O ADQUIRIDO?
LA TESIS DEL ESCANDALO
Es importante este articulo que voy a transcribir de la revista HEXAGONO
pag. 32.
El interrogante sobre si la inteligencia es fruto de la educación o hereditaria no ha
sido resuelto y, cada cierto tiempo, resurge con fuerza. Un genetista australiano desata nuevamente la polémica, con su teoría
de que la inteligencia está relacionada con genes ubicado en el cromosoma X.
Con el inicio de cada temporada escolar, muchos padres vuelven a preguntarse: ¿pueden
ellos ayudar a desarrollar la inteligencia de sus pequeños? ¿O ya está determinada en su patrimonio genético? El antiguo debate
sobre lo innato y lo adquirido fue reactivado por la prestigiosa revista británica The Lancet, en un artículo firmado por
Gillian Turner, profesor en Nuwcastle (Australia). Su tesis es que existe una predisposición genética por lo intelectual gracias
a genes transmitidos a los niños por su madre, que estarían implicados en los múltiples componentes de la inteligencia.
Al estar provistas de una doble XX en sus cromosomas – una del padre y otra de
la madre -, las hijas mujeres heredarían los “genes de la inteligencia” de ambos lados.
En la progenie masculina, al tener un solo ejemplar del cromosoma X, pueden desarrollarse
al máximo las capacidades heredadas de la madre. Las mutaciones favorecedoras de la eclosión de un intelecto brillante no
serían contrarrestadas por una segunda X “normal”. El reverso negativo de la medalla es que los defectos que provocan
retrasos mentales tampoco serían compensados por la segunda X. Turner señala
que, epidemiológicamente, se encuentra un 30 por ciento más de discapacidad mental en la población masculina y una frecuencia
más elevada de niños varones con retraso mental congénito en el seno de una familia numerosa. Siguiendo esa tesis, al escoger
esposa los hombres deberían aprender a reprimir su inclinación por las “tontas lindas”, se desean tener herederos
varones superdotados en inteligencia.
ADEMAS DE RICOS, INTELIGENTES
La polémica sobre los fundamentos de la inteligencia no data de ayer. En la Francia de (1911), con la buena intención
de elevar el nivel de las escuelas primarias de barrios pobres, se decidió medir la capacidad cerebral de los alumnos según
una “escala métrica de inteligencia” establecida por el Ministerio de Educación. Las pruebas consistían en repetir
figuras geométricas y definir objetos. Los niños de familias adineradas obtuvieron
mejores resultados que los de clases menos favorecidas, a menudo acomplejados frente al saber. Los defensores de “lo
innato” concluyeron que los ricos no sólo nacen mejor dotados en lo financiero, sino también intelectualmente, y si
los pobres son pobres, es porque tienen menos inteligencia.
Los partidarios de lo adquirido sostienen que la influencia del ambiente es primordial.
Para entregar pruebas, estudian a pares de gemelos criados separadamente. Dotados del mismo bagaje genético pero siguiendo
trayectorias sociales diferentes, sería lógico suponer que no deberían tener el mismo coeficiente intelectual.
En la práctica, la pista seguida resulta aparentemente falsa para los defensores de lo
adquirido. Sólo un 25 % de los gemelos estudiados presenta un coeficiente intelectual (CI) diferente. La muestra, demasiado
pequeña, no permite llegar a una conclusión científicamente importante. La disputa se reanuda en (1972) cuando Christopher
Jencks, Psicólogo de la Universidad de Harvard, produce sus propias estadísticas
con tanta precisión que resulta sospechosa: el niño adquiere un 45 % de sus capacidades mentales de los genes, un 35 % del ambiente y el resto por una sutil combinación de ambos. Ese mismo año, Lehrke
le atribuye al cromosoma X la categoría de vector de la inteligencia.
El caso de una huérfana paraguaya, abandonada por su tribu y criada por la madre del
etnólogo que la recogió, viene en apoyo de los defensores de lo adquirido. Nacida un pueblo primitivo, la niña fue alumna
brillante en la escuela y en la universidad, además de llegar a dominar tres
idiomas.
EL MISTERIOSO “FACTOR G”
Las pruebas de CI fueron colocadas nuevamente en un lugar de honor en 1994, con el
bestseller The Bell Curve. Sus autores, el psicólogo Richard J. Herrstein y el Sociólogo Charles Murray, a través de
su trabajo llegan a una serie de polémicas conclusiones, como el surgimiento de una elite de inteligencia en las sociedades
posmodernas, una especie de aristocracia mental formada en su mayoría por profesionales blancos.
El “factor G”, es una característica intelectual del organismo supuestamente
invariable: ni la edad ni el ambiente influyen en este índice de la inteligencia.
La capacidad intelectual varía según la pertenencia étnica. Los negros tendrían en promedio
quince punto menos en las pruebas de CI, mientras que los asiáticos estarían
a la cabeza.
Aun más dudosa es la afirmación de que el “factor G” es invariable durante
toda la vida. Es un hecho comprobado que los hijos de padres divorciados presentan un CI lamentable en los meses que siguen
a la separación y el de los niños maltratados puede ser inferior a 40 durante el período de inhibición afectiva, para luego
elevarse por encima de 140 desde el momento en que el niño se siente seguro. Todas son pruebas contundentes que un cambio
de vida puede influir decisivamente en la capacidad intelectual.
Pionero en los modernos estudios sobre el tema, el monumental trabajo del neurofisiólogo
Antonio R. Damasio, intenta reconciliar el cuerpo y el espíritu en nombre de la inteligencia. “Las emociones no son
elementos perturbadores entrando de manera inoportuna a la torre de marfil de la razón. Es probable que la capacidad de expresar
y sentir emociones forme parte de los engranajes de la razón, para mejor o peor”, escribe en su bestseller El Error
de Descartes. Al contrario de lo que pudo pensar el padre del racionalismo, cultivar la razón pura perjudica el rendimiento
cerebral. Las fibras sensibles, lejos de perturbar la inteligencia, la estimulan.
En ese mismo sentido, investigadores estadounidenses se atrevieron a reemplazar el CI
por CE (Cociente Emocional), como medida de la capacidad de reacción de los individuos y, por tanto, buen indicador de la
inteligencia. Según el promotor del nuevo método de evaluación Daniel Goleman, psicólogo, para ser inteligente no hay que
ser poco ni demasiado emotivo. Una pizca de angustia – o emoción ante el peligro - favorece la concentración; demasiada, la paraliza. La inteligencia emocional sería una mezcla sutil de autocontrol, sociabilidad
y conciencia de su propio valor, una fórmula indispensable para tener éxito profesionalmente.
DE SALVAJE A GENIO
La cultura occidental contemporánea ha colocado, como nunca antes, la materia gris en el pináculo. Pero todos hablan
de inteligencia sin saber verdaderamente de qué se trata, como si bastara con tener las mismas disposiciones de espíritu para
ser banquero, artista o científico.
Para los especialistas del cerebro, el oscuro objeto de sus estudios no funciona como
un simple programa computacional desde la concepción. Su plasticidad natural le permite conservar un grado de libertad y de
improvisación en respuesta a las demandas del medio. Los expertos explican que el hombre nace humano, ya marcado por sus experiencias
in útero. Los genes que pudieron dirigir la construcción de su cerebro, pero las influencia exteriores seguirán formándolo
durante toda la vida. Criado en un medio pobre de juegos y estímulos sensoriales, sin colores, voces, ni sonidos, el niño
vegeta intelectualmente. La neurobiología moderna está de acuerdo con el Eclesiastés bíblico:
hay un tiempo para cada cosa. Un tiempo para aprender a hablar, a leer, a calcular, a nadar e incluso para aprender
a amar. Si perdemos la oportunidad, todo se vuelve más difícil. El medio debe proporcionar los nutrientes adecuados para todas
las funciones cerebrales; de lo contrario se atrofian. Los “niños lobos”,
reducidos a un estado salvaje son incapaces de ordenar tres frases, corren en cuatro patas y muerden. Pero como todos
los bebes del mundo, tuvieron en un comienzo el don de los idiomas y el de caminar sobre dos pies, talentos que perdieron
porque el medio no les brindó la oportunidad de entrenarlos.
CONSERVADORES Y PROGRESISTAS
El ardiente debate sobre la inteligencia, que reaparece a intervalos regulares, no implica sólo un interés científico,
también conlleva una intensa carga ideológica. Las personas políticamente conservadoras tienden a privilegiar los genes, mientras
que los progresistas privilegian la familia y la escuela. Pero el criterio más estrictamente científico prefiere conservar
la cabeza fría y adoptar una postura intermedia. Sin dejar completamente de lado ambos aspectos, se niega a separar lo innato
de lo adquirido. Juzga que ambos actúan indisolublemente mezclados desde el vientre materno.